Por: John M. Ackerman (@JohnMAckerman)
Se equivocan quienes confunden la democracia con un gobierno dividido. La gestión democrática del poder no implica necesariamente una aguerrida confrontación entre poderes y partidos, también puede basarse en una sana colaboración entre diversas instituciones del Estado y expresiones ideológicas a favor de la gestión conjunta de los asuntos públicos. En los sistemas parlamentarios, por ejemplo, los integrantes del Poder Ejecutivo surgen directamente de una mayoría afín en el Poder Legislativo y ambos poderes trabajan de la mano a favor del bien común de acuerdo con el mandato popular expresado en las urnas.
La intensa polarización partidista que hemos vivido desde la rebelión electoral encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 contra el viejo partido de estado es solamente una manera de vivir la política democrática. Durante los últimos 36 años, ningún Presidente de la República ha contado con una mayoría calificada en el Congreso de la Unión. Y a partir de la plena autonomía constitucional del Instituto Federal Electoral, en 1996, se libró una intensa disputa tripartita entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) por el control sobre la política nacional.
El momento de mayor equilibrio entre estas tres fuerzas políticas fue durante la LX Legislatura, entre 2006 y 2009, cuando la Cámara de Diputados se dividió por tercios casi iguales. En las elecciones federales de 2006, la coalición PRI-Verde recibió 28.21%, el PAN 33.39% y la coalición PRD-PT-MC 28.99% de los sufragios en las elecciones de diputados federales de mayoría.
Fue precisamente durante aquella legislatura en que la polarización política llegó a su clímax. Recordemos como Felipe Calderón tuvo que entrar por la fuerza a la Cámara de Diputados escoltado por el Estado Mayor Presidencial para poder tomar posesión el 1 de diciembre de 2006. En general, los intensos conflictos entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo así como la fuerte confrontación entre partidos políticos marcaron el escenario político durante aquel sexenio.
En contraste, con los resultados electorales del pasado 2 de junio de 2024 se abre la puerta para pasar a una nueva etapa histórica de reconciliación nacional basada en la colaboración entre poderes y un diálogo respetuoso entre partidos políticos. Con una mayoría calificada en el Congreso de la Unión, la Presidenta Claudia Sheinbaum no tendrá que ceder a chantaje alguno de parte de los partidos del viejo régimen y se podrá aprobar las reformas constitucionales, las nuevas leyes y los nombramientos necesarios para asegurar el pleno funcionamiento del estado democrático de derecho.
Sin el poder de veto que frenaba el avance parlamentario durante el sexenio anterior, PRI, PAN y MC tendrán que decidir entre colaborar con Morena y sus aliados a favor de un consenso democrático o, en su caso, formar un bloque opositor que se dedique a vigilar y contrapuntear las acciones del bloque hegemónico, tal y como lo hacen las oposiciones políticas en los sistemas parlamentarios. Ambas opciones son perfectamente válidas, colaboración o vigilancia, y contribuirían por igual al fortalecimiento de la democracia mexicana y la reducción de la polarización y la inestabilidad políticas.
La otra opción, la de obstaculizar, negociar, atacar y presionar con el fin de conseguir prebendas personales o de grupo, simplemente ya no tendrá razón de ser. Antes, la lógica del chantaje era la que predominaba en el Congreso de la Unión. Esta vieja lógica incluso empezó a contaminar el funcionamiento de los grupos parlamentarios de Morena durante los últimos años, al privilegiar “operadores políticos” por encima de líderes natos como coordinadores de los grupos correspondientes. Afortunadamente, el nuevo contexto político facilitará el surgimiento de una nueva forma de liderazgo político basado en valores y principios en lugar de acuerdos en lo oscurito.
La nueva hegemonía democrática de Morena también tendrá un impacto positivo al nivel federal. El hecho de que Morena y sus aliados ahora gobiernan 24 estados de la República facilitará la comunicación y el trabajo en conjunto, tanto entre las diferentes entidades federativas como de ellas con el gobierno federal. La política sectaria de intereses partidistas ya no podrá frenar importantes obras de infraestructura o iniciativas de coordinación entre las entidades federativas. El fructífero trabajo colaborativo entre la Ciudad de México y el Estado de México a partir de la victoria de Delfina Gómez sirve como un importante botón de muestra.
Lo que hoy estamos viviendo en México no es un momento de polarización sino todo lo contrario. Cuando el pueblo se une para otorgar su confianza a una sola fuerza política para dirigir los destinos de la Nación ello no implica una afectación a la democracia, sino más bien el surgimiento de nuevas reglas del juego político, partidista e institucional.
Existirá, desde luego, grandes tentaciones para abusar del poder otorgado a Morena en las urnas. No faltarán los operadores políticos del viejo régimen con camiseta guinda que quisieran aprovechar del momento para reciclar la vieja política sectaria de grupos e intereses particulares. También existen los peligros de la soberbia entre los nuevos cuadros de la Cuarta Transformación. El apoyo multitudinario en las urnas jamás se debe interpretar como un cheque en blanco que les permite gobernar y legislar de acuerdo con sus caprichos sin tomar en cuenta la opinión pública o la de los expertos.
Con todo, en 2024 abrimos sin duda una nueva época histórica. 36 años de aguerrido conflicto político e institucional ahora dan pie a un nuevo momento de unidad y de trabajo en conjunto del Estado Mexicano a favor del pueblo. Si Claudia Sheinbaum y el movimiento de la Cuarta Transformación logran hacer un uso responsable, plural y abierto del poder, México vivirá una época verdaderamente gloriosa durante el próximo sexenio y más allá.
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