La decisión de crear el Movimiento de Regeneración Nacional, ahora Partido Morena, fue uno de los grandes aciertos de Andrés Manuel López Obrador. En lugar de pelearse en el lodo con los burócratas que se habían apoderado del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el tabasqueño voló por encima del pantano de la corrupción para dar luz a una nueva agrupación ciudadana capaz de canalizar y organizar la esperanza ciudadana.
En apenas cuatro años, Morena logró contagiar al país entero con su visión de un México más pacífico, justo y democrático. A partir de 2018, este nuevo partido ciudadano no solamente controlará la Presidencia de la República, sino también ambas cámaras federales y la mayoría de los congresos locales. De manera paralela, el financiamiento público para Morena se cuadruplicará durante el próximo año, llegando a la impresionante suma de casi 1,600 millones de pesos.
Como un adolescente que de repente ve crecer su cuerpo y cambiarse la voz, este instituto político debe madurar rápidamente para poder asumir eficazmente sus nuevas responsabilidades.
En primer lugar, Morena debe evitar ser capturado por los oportunistas. Ya se han acercado muchas figuras de dudosa reputación. Pero el río de chapulines que empezó a fluir durante el proceso electoral ahora se convertirá en una verdadera avalancha de buscachambas. Todos los políticos que no logren colarse como funcionarios o asesores en los nuevos gobiernos de Morena, buscarán refugiarse en el partido en preparación para saltar en masa, como en los viejos tiempos del partido-estado Prista, hacia los cargos públicos.
Es de vital importancia que Morena evite convertirse en “la banca” de los gobiernos emanados de este partido. Su objetivo debe ser transformarse en un espacio de auténtica participación, debate y concientización ciudadana.
Los estatutos de Morena serán un gran aliado en este proceso. Por ejemplo, el artículo 68 de este documento básico indica que los recursos públicos otorgados al partido “deberán ser utilizados exclusivamente en apoyo a la realización del programa y plan de acción de Morena, preferentemente en actividades de organización, concientización y formación política de sus integrantes.” Y el artículo 70 señala que los dirigentes de Morena no tienen derecho a salario alguno, sino que solamente cuentan con apoyos económicos puntuales para la realización de sus tareas que no pueden exceder la cantidad de treinta salarios mínimos.
En suma, fungir como dirigente de Morena no debe ser entendido como un “cargo” desde donde uno puede repartir favores y chambas, sino una responsabilidad ciudadana de servir a la causa de la cuarta transformación de la República.
Un segundo reto del partido es garantizar una auténtica participación democrática entre sus miembros y militantes. Desde el preámbulo de su estatuto, el partido se pronuncia a favor de “el auténtico ejercicio de la democracia, el derecho a decidir de manera libre, sin presiones ni coacción, y que la representación ciudadana se transforme en una actividad de servicio a la colectividad, vigilada, acompañada y supervisada por el conjunto de la sociedad.”
Y en el artículo segundo Morena establece “la integración plenamente democrática de los órganos de dirección, en que la elección sea verdaderamente libre, auténtica y ajena a grupos o intereses de poder, corrientes o facciones”.
Finalmente, el artículo noveno del estatuto señala que “en Morena habrá libertad de expresión de puntos de vista divergentes. No se admitirá forma alguna de presión o manipulación de la voluntad de las y los integrantes de nuestro partido por grupos internos, corrientes o facciones, y las y los protagonistas del cambio verdadero velarán en todo momento por la unidad y fortaleza del partido para la transformación del país.”
Tienen razón los documentos básicos de Morena en buscar evitar la creación de sectas, corrientes o “tribus” al interior del partido. Ello no implica una limitación a la libertad de expresión, sino todo lo contrario. La mejor manera para garantizar la verdadera unidad de un partido político es precisamente a partir de un sano debate interno con absoluto respeto a las diferencias para poder juntos tomar decisiones de consenso tomando en cuenta las posturas de todos.
Ahora bien, es una realidad que al calor de las campañas electorales y frente a la urgente necesidad de expulsar del gobierno federal a la mafia del poder, los estatutos de Morena no siempre se han cumplido al pie de la letra. Pero el partido ahora cuenta tanto con los recursos como con el tiempo para fortalecer su estructura democrática y su legalidad interna con el fin de garantizar su salud institucional a largo plazo.
El próximo 20 de noviembre de 2018 se tendrán que renovar todos y cada uno de los cargos directivos de Morena a nivel nacional, estatal y municipal. El estatuto no permite la reelección de ningún directivo y solamente de 30% de los integrantes de los consejos estatales y nacionales. Así que se abre una enorme oportunidad para dar un gran salto hacia adelante con la incorporación de nuevos liderazgos. Sin embargo, también existe el riesgo de que los oportunistas y los chapulines se aprovechen de la inexperiencia de los cuadros más jóvenes y auténticos para arrebatarles el control sobre el partido. Este desenlace sería catastrófico, ya que prepararía el camino para que Morena se convirtiera en otro PRD o, aún peor, un PRI renovado.
Hagamos votos, y pongamos cada quien su granito de arena para que el perfil de los nuevos dirigentes enaltezca el perfil ciudadano y transformador del nuevo partido gobernante. De lo contrario, que la nación y la ciudadanía se los demanden.
Visita la página de John Ackerman
* Texto publicado originalmente el 22 de julio de 2018 en la Revista Proceso (número 2177).
(C) John M. Ackerman, todos los derechos reservados
Añadir comentario